5/1/08

Cuánto me gusta ver, querida indolente,
de tu cuerpo tan bello,
como una tela vacilante
resplandecer tu piel!

Sobre tu abundante cabellera
de agrios perfumes,
mar oloroso y vagabundo
de olas azules y oscuras,

como un navío que se despierta
al viento de la mañana,
mi alma soñadora se prepara para partir
hacia un cielo lejano.

Tus ojos, donde nada se revela
de dulce ni de amargo,
son dos joyas frías donde se mezcla
el oro con el hierro.

Al verte caminar con cadencia,
bella en tu abandono,
se diría que eres una serpiente que danza
en el extremo de un bastón.

Bajo el fardo de tu pereza
tu cabellera infantil
se balancea con la blandura
de un joven elefante,

y tu cuerpo se inclina y se prolonga
como un fino navío
que se balancea de borda a borda y sumerge
sus vergas en el agua.

Como una corriente aumentada por el deshielo
de glaciares rugientes,
cuando el agua de tu boca sube
al borde de tus dientes,

creo beber un vino de Bohemia,
amargo y triunfante,
¡un cielo líquido que esparce
estrellas en mi corazón!




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